viernes, 25 de agosto de 2017

La dinámica de los sueños



Admitámoslo: la vida es un puto coñazo.

 Como decía Rafaella Carrá, "sin amantes, esta vida es subnormal". Así que, si no tienes el atractivo o las habilidades sociales para conseguir amantes (o no estás dispuesto a sufrir por ellos...), o te tiras de un puente o te acabas buscando otra cosa que le pueda dar sal a ese incesante flujo de facturas, trabajo aburrido, aguantar a imbéciles por todas partes y tener que pelearte y hacer mil gestiones absurdas no sólo para conseguir las cosas, sino para conservarlas (que no te chupen la sangre por todos lados o te las quiten, vamos) si pretendes ser honrado. Para colmo, cuando te cruzas con alguien no tan honrado, te encuentras con ¡sorpresa! más gestiones absurdas y todo el mundo se pasa la pelota para evitar lidiar con la situación y ayudarte, mientras esa persona campa a sus anchas.

 Aquí es donde aparecen los sueños. Ante este panorama tan alentador, no es raro que acabemos buscando refugio en ellos, o en su contraparte "negativa" (si es que los sueños se pueden considerar positivos, cosa que dudo): las adicciones etc.

  Un cambio de carrera soñado, un proyecto motivador, un objeto... (la casa de tus sueños, el coche de tus sueños...) incluso, a veces, una persona, una situación sentimental o el propósito de formar una familia. A todo esto desviamos nuestra atención, dedicándole tiempo, esfuerzo y dinero, y en ello hipotecamos nuestra felicidad y esperanzas futuras.

  ¿Tiene algún sentido? Probablemente sólo hasta cierto punto, como todo. Los extremos son malos, dicen. "El sueño de la razón produce monstruos". Probablemente nunca haya que perder el equilibrio entre lo razonable y lo soñable. Si anteponemos esos sueños a la razón, aparecen los monstruos.

Pero, ¿qué forma tienen esos monstruos? Adoptan la de la obsesión y la consecuente pérdida de perspectiva. El sueño debe ser, paradójicamente, realista. De lo contrario, no es un sueño: es un monstruo. Y, como tal, nos puede destruir. ¿De qué manera? Por puro agotamiento (calculamos mal nuestras posibilidades de conseguirlo hasta el punto de situarlas fuera de nuestro alcance), por coste de oportunidad (desperdiciamos recursos en él que nos habrían sido útiles en cosas más realistas), porque consumen toda nuestra salud física y mental, etc.

  Por lo general tiendo a ver estos mecanismos dentro de mí. Pero ahora tengo la oportunidad de verlos con claridad cristalina en otra persona. O, más bien, lo que queda de ella. Cómo se arrastra. Cómo es capaz de hacer las cosas más miserables por su sueño. Cómo se degrada, hasta límites que nunca dejan de sorprenderte. Es un proceso bastante parecido al de las adicciones. Las dos caras de la misma moneda.

  No sé si hay mucho más que pueda hacer por mis sueños, excepto, claro está, renunciar a ellos. A veces la única manera de tener la sensación de que tienes algún control sobre lo que haces es destruirlo, ante la incapacidad de crearlo. Hoy tengo en mi mano la posibilidad de destruir los sueños de esa persona. Acabar con su agonía. Explotar su globo. Liberarle. A costa de destruir sus esperanzas (si no las destruye él sólo antes).


Creo que lo haré.

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