jueves, 15 de octubre de 2015

Las sirenas internas


Basado en hechos irreales


 Sucede que a menudo uno acaba enamorándose, sin quererlo, de una manera unilateral, de si mismo. No podía ser de otra manera: el hermafroditismo de lo intelectual, y, por ende (arriesgada o no, soberbia o tampoco), de lo divino.

   Pero no empieza así desde el primer momento la cosa.



 Yo me enamoré de algo, de alguien, de algo en alguien, de alguien en algo, de algo de mí en ella, de algo de ella en mí, de algo de ella en ella. Que en realidad era algo de mí en mí. Sea como sea, ese algo o alguien era más real, estaba todavía en la tierra. Y lo sigue estando, en realidad, pero ya se ha creado otra cosa. Un tercero. Ya no somos ella y yo los factores. Entra en juego eso que se ha creado, que ha "nacido". Es el hijo del hermafroditismo intelectual.

  Es, hasta cierto punto, normal enamorarse del hijo. El problema es que, en este caso, el hijo no existe. Tan sólo en mi cabeza. Y lo amas porque se parece a ella, porque te recuerda a ella, pero no es ella. Y amándolo a él no la estás amando a ella.
    Por tanto, lo que al principio estaba basado en algo, poco a poco se va basando en si mismo, se retroalimenta hasta que al final ya no se apoya en la tierra, y entonces despegas, porque, efectivamente, es y se apoya en aire.

       Y todo lo que sube, tiene que acabar aterrizando de alguna manera.


  Yo creía que la amaba. Creía que la escuchaba, creía que la respetaba más que a cualquier otra cosa .
Pero todo me gustaba de ella, y eso no es escuchar. Sólo quería oír ciertas cosas.
  Por eso luego te coge por sorpresa que de repente desaparezca. Porque en realidad nunca ha estado allí, y te lo ha estado diciendo todo el tiempo. Pero tú no has querido escuchar eso.

    No te culpes tampoco, es normal. La próxima vez átate al palo cuando canten las sirenas. O, si no, ponte pan de cera en las orejas.

   No lo olvides: el canto es muy hermoso, probablemente una de las cosas más hermosas que encontrarás en esta vida. Pero te pueden devorar, si te acercas demasiado.
   Cuidado con la sirena interna. Resulta que el que cantas eres tú, y el que puede devorarse a sí mismo.
   Empiezas a enamorarte del canto, y te anulas. Hasta lo exteriorizas con palabras: lo daría todo por ella.
 Pero ella no es una mujer. Es una ilusión. No existe, como las sirenas. Sólo en tu cabeza.


      Oh, vamos, no lo darías todo por esa mujer. La prueba está en que, de repente, un día nos decepciona. Se acuesta con otro, falla a los principios morales de la imagen que nos habíamos hecho de ella y nos duele, y la rechazamos.
  No estamos dispuestos a dejar pasar eso. No queremos darlo todos. Hay excepciones. No es tan sencillo quitarse la vida. Al final, siempre hay un acto reflejo de supervivencia.
    Y nos enfadamos con esa persona, cuando realmente nos ha salvado de anularnos, y de destruirnos. Realmente, ella nos quiere más que nosotros a ella.

   No viste esas cosas que no te gustaban antes. No la quieres con ella. No la estás amando bien. No lo darías todo. Por eso ese hijo mental no se hace real. Los niños, las personas, no nacemos en el parto. Ni siquiera en el coito. Puedes verlos venir bastante antes.


  Y crees luchar por ella. Cuando en realidad por lo que luchas es porque te hace sentir bien. Estás enamorado del canto.
  Luchar por demostrarle tu amor. Demostrarle qué. Algo que se demuestra a sí mismo.


    Algunos tenemos demasiada imaginación. Hasta el punto de creerte una mentira que tú mismo has creado.

  "Hice lo que pude". No. Hiciste lo que no podías. "No podía hacer más". Pero podías hacer menos.

        Creaste un ídolo. Pero alégrate. Eso quiere decir, precisamente, que no la necesitas para sentirte así. Si acaso, de modelo, de musa, pero muy de pasada. Ese sentimiento adictivo y maravilloso lo has creado tú. No estaba apoyado en nada en su mayor parte. No se va a ir con esa persona. Nace más de dentro que de ningún otro lugar.



  Sucede que uno se pasa la vida tratando de hacerse feliz y de repente descubres que lo que más feliz te hace es intentar hacer feliz a otra persona.
   Sucede que de repente te quieres aferrar a esa sensación porque te hace sentir bien, y te olvidas de que esa persona quizás ya es feliz, o quizá no quiere serlo, ni tenga por qué.

    Llevar la ambición al amor. Eso hacemos. Y nos genera ansiedad empujarnos hacia esa meta tan complicada, y nos quema. Nos motiva también, sí. Pero si hace falta un motivo, probablemente no es amor.





    Así que voy a llevar a vender el cuadro que le hice. Lo vio en un café, lo quería y le hice una copia, no podía permitirme comprarlo ni tampoco quería.
  Nunca tuvo sentido. Ya no había nada que hacer cuando empecé a hacerlo.

   Unos días después, ella pasa frente a la tienda de segunda mano. Ve el cuadro desde el escaparate. Es justo el que quería. Se lo compra.






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